23 de septiembre de 2011

¿De qué me suena?

- ¿Has escuchado lo último de los Smashing Punkies?
- Pero tío, si suenan igual de Berg con un mal día
- Anda ya! Es un homenaje a la Velvet Underground actualizado al siglo XXI

Desesperado por estas conversaciones bizantinas, últimamente prefiero decir que sí a todo antes de meterme en una discusión en la que ni yo ni el otro se van a mover de su sitio. Para empezar he de decir que el que no me guste algo de la música que escucho no lo convierte en aborrecible. Afortunadamente hay tiempo para todo. Tiempo y momentos. No es lo mismo escuchar música trabajando que en el coche, o la música para una borrachera y la música de fondo para limpiar la casa. Cada momento tiene su música, y cada música tiene su sitio.

Por ejemplo, si has leído entradas anteriores sobre mis gustos musicales verás que los extremos no me van demasiado. Tampoco es que escuchara música clásica en el colegio, pero tampoco pensé que me gustarían Guns ‘N Roses. Y mira, tienen himnos que me siguen poniendo los pelos de punta 20 años después (lo siento Axl, por lo tuyo no entro).

La música también es alimento para el alma. Es el único proceso en el que se activan los dos hemisferios del cerebro (ya sabéis, el izquierdo es más racional y el derecho es más emocional). La música trasciende lo banal, lo puramente humano, para formar parte del universo más enorme y la vida más pequeña. Por eso no es de extrañar que desde Bach, por mencionar a un clásico, hasta Debussy, por mencionar a un contemporáneo, la música la consideraran matemáticas puras, la expresión de la perfección más inigualable (el Patricio de Ank-Morpok escucha música directamente leyendo las partituras; un intérprete vicia demasiado el sentido de las notas para su gusto).

Para los que nos consideramos melómanos de la música ligera, la trascendencia es bastante menor. Pero yo, personalmente, no puedo vivir sin música. Creo que no soy snob en ese sentido, no te voy a listar un compendio de grupos que nadie ha escuchado jamás, pero quizá sí te hable de grupos de una sola canción. Disponer de gustos eclécticos es lo que tiene, pero, eso sí, no puedo ni con el reggae ni con lo más duro del heavy. Básicamente, me gusta lo que me gusta, por muy pop, alternativo, moñas, comercial o punky que suene. Vale, puede que tenga debilidad por la música setentera, incluso la ochentena, pero es básicamente por el regusto rokanrolero que me deja.

Y es que hay un problema: lo que suena, ¿es auténtico o es una imitación? ¿Está todo ya inventado? La primera vez que yo recuerde sucedió cuando, escuchando “This velvet glove” de los Red Hot Chilli Peppers (una canción no muy conocida), me recordó totalmente al “Rosa de los vientos” de La Frontera. Comparen, comparen, y juzguen por ustedes mismos:



Allá en 1999 me pregunté: pero, ¿esto cómo puede ser? Pues puede ser y tanto. De todos son conocidas las posibles similitudes entre el “Viva la vida” de Coldplay y el “If I could fly” de Joe Satriani. Pero es que aún queda un candidato más a la dichosa melodía, los ínclitos Enanitos Verdes:


No son los únicos: Carlos Goñi de Revólver, se ha dedicado casi toda su carrera a fusilar literalmente canciones de Bruce Springsteen, y aquí paz y después gloria. Como no me gusta nada, les dejo la opción de comparar su "No va más" con el "Born to run" del Boss.


Aunque en el caso de Coldplay, parece que ya se toman a cachondeo eso de que les acusen de plagio, sobre todo desde que les produce Alan Parson, tanto que parece que están por encima del bien y del mal (personalmente no me parecen para tanto):


Ahora, a eso de usar melodías ajenas como propias, se le dice “cover” para justificar esos parecidos más que razonables. Bueno, la penúltima moda llamada “mashup” (el descaro más absoluto) consiste en fusionar canciones con similitudes para dar como resultado una canción nueva. La que más me gusta es la que se hizo con el “Wonderwall” de Oasis y el “Boulevard of broken dreams” de Green day, aliñado con “Writing to reach you” de Travis y el “Dream on” de Aerosmith en momentos puntuales. Me encanta….


Entonces, ¿en qué quedamos? ¿La música popular es tan simple que ha llegado a un punto de no retorno en el que se han explotado todas las posibilidades del método de los cuatro acordes y el estribillo, fundados con el blues de los años 20 y 30 del siglo XX?

Pues según demuestra el grupo cómico australiano, Axis of Awesome, parece que sí. Cuatro acordes para 40 canciones más que famosas y conocidas:


El grandísimo, enorme e inigualable Jimi Hendrix fue el primero que se dio cuenta de que, al igual que el capitalismo, el rock tenía límites, declarando: “Creo que he completado un círculo. Partiendo de un punto, he completado un círculo hasta comenzar nuevamente de cero, precisamente en el punto desde el que un día partiera. He cerrado un capítulo que se inició con los Beatles y ahora tengo que hacer algo nuevo”.
No se libra nadie!!
En mi opinión, creo que se llegó al límite hace mucho tiempo. Los acordes son finitos, las melodías también, y jóvenes de todos los tiempos han intentado revolucionar la música aporreando una guitarra o un piano con nulos conocimientos de armonía. Pero, eso sí, con una estética inconfundible. Alguno que otro entiende sus limitaciones y simplemente aporta letras más o menos ocurrentes, pero poco más, comparado con la revolución que supuso para el siglo XX la evolución de la música clásica (entendida como escrita sobre papel para una big band).

El paradigma de esto último es Bob Dylan (ya le gustaría a Sabina llegarle a la altura de los zapatos, aunque Calamaro puede que llegue a besar sus pies), el último trovador. Mal cantante, mal intérprete, regular compositor, que, sin embargo, puede presumir de una discografía de nada menos que 60 discos y una mitomanía sólo igualable a la de los Beatles o Elvis, con la diferencia de que él sigue en activo. Sin embargo, a pesar de sus carencias es uno de los compositores más versionados de la historia, quizá por su facilidad para crear armonías.

Termino poniendo un ejemplo. “All along the watchtower” es una de las canciones más famosas de Dylan, de la que Hendrix realizó una versión tan magnífica que el propio Dylan interpreta la versión en vez de la original (como hacen la mayoría de los que versionan esta canción). Os dejo con los tres ejemplos de cómo con el mismo material se pueden hacer cosas muy diferentes.

La original de Dylan, algo plana, no hubiera pasado a la historia por ser una de sus mejores canciones:


Cuentan que Hendrix, allá a mediados de los 60 cuando era músico acompañante, se negaba a cantar en un concierto por su timidez habitual. Antes de salir a tocar estuvo viendo en el backstage a Dylan con su banda The Band. Hendrix, que era un estudioso aplicado que practicaba las 24 horas del día y hasta se dormía abrazado a su guitarra, debió quedar tan horrorizado con la interpretación de su contemporáneo que salió al escenario sin dudarlo y cantó y tocó por primera vez ante público. Esta es la magnífica y celebérrima version de Jimi Hendrix, que sigue poniendo los pelos de punta cuarenta y pico años después:


Por último, la acojonante versión que el compositor Bear McCreary realizó para la también increíble serie Battlestar Galáctica, otra vuelta de tuerca (la única que me gusta y aporta algo nuevo hasta el momento) a la misma melodía, sin tener nada que ver con las anteriores:


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