27 de septiembre de 2011

Podría ser amor


Ojiplático estoy por el artículo que me ha mandado un colega, y al que llevo toda la tarde dando vueltas. No me puedo resistir a hacer una valoración...

Parece ser que hay una fórmula matemática, a la que evidentemente no hay que tomar en serio, que deduce que hay que pasar por 12 parejas antes de encontrar a la persona perfecta para ti. Supongo que esta parte de las matemáticas irán por la parte de la psicohistoria de Asimov o de los modelos sociales probabilísticos, porque no encuentro argumentos para dar un número tan exacto.

En cualquier caso, se me escapa la teoría, aunque de práctica puede que pueda tener alguna opinión al respecto.

Resulta que la doctora Clio Cresswell, de la universidad de Sydney, postula una teoría según la cual los solteros deben pasar por al menos 12 historias románticas (con relación física opcional), para aumentar las posibilidades de encontrar a la pareja perfecta.

Lo primero que se me viene a la cabeza es la cantidad de tiempo y dinero que invierten las universidades, y por extensión, el mundillo académico investigador, en auténticas gilipolleces. Mi sobrino, el pobre, se pasó cinco años investigando con nanotubos de carbono para darle una utilidad práctica a ciertos efectos físicos de estos elementos, y de paso conseguir su doctorado. Pero claro, Asimov consiguió su doctorado con una tesis sobre la tiotimolina resublimada, la molécula con un átomo de carbono con dos enlaces extendidos en el tiempo. A estas alturas ya no nos asustamos por nada, incluso se premian las investigaciones más estúpidas.


Según el sesudo estudio de la doctora Cresswell, las posibilidades de encontrar el amor aumentan un 75 por ciento cuando se pasa por esas 12 parejas. Ni idea de las variables en las que se ha basado esta señora, pero imagino que tendrá en cuenta edad, madurez emocional, estabilidad económica, distancia geográfica, compromisos adquiridos, relaciones recientes, disponibilidad, ganas, cobardía o incluso acojone general ante el compromiso.

Y la pregunta es: ¿cómo coño se cuantifica todo eso? Porque esto sólo es el principio. Después está la familia, los ex, la compenetración, la complicidad, el respeto, la educación, las formas, la evolución, los objetivos...

Y sobre todo el sexo, el gran tabú, en el que no hay término medio. O se es libertino y se presume, se hace bandera y proselitismo, o se es un mojigato encorsetado en costumbres rancias cavernarias victorianas.

Curioso asunto el del sexo en esta sociedad beata. Tomarlo con naturalidad, incluso reírse y desmitificarlo, apenas tiene cabida. Igual algún día hablo de ello.


Entonces me pregunto, durante miles de años, poetas, cantantes, oradores, filósofos, sicólogos y demás fauna, se ha preguntado qué es el amor. Qué, quién, por qué, cuándo, cómo e incluso dónde. Hasta llegar a esta era, en la que hay respuesta para todo. Por ejemplo, para lo evidente: que la experiencia te hace aprender y ser más selectivo, que las decepciones y las imposibilidades forman parte de la madurez emocional, que saber lo que quieres es infinitamente más importante que lo que no quieres, que cuestionarse constantemente los motivos por los que sientes algo por alguien es la forma más sana de mantener viva una relación y no caer en la rutina, la muerte de la pasión.

Porque en el momento en el que me aburro con alguien, que no puedo simplemente estar, dejarme caer, ver una peli, estar callado, ensimismado en mis cosas…, pues como que está pasando algo que no debería, la ruptura del tejido espacio - tiempo común de pareja.

Y esto no tiene nada que ver con la fidelidad. Si además de animales, nos consideramos "humanos", la definición de fidelidad que más me gusta es: siempre habrá alguien mejor, más alto, más guapo, más simpático, con más dinero,  con más tetas, que la tenga más larga, que folle mejor, etc. Pero esta es la persona que me gusta, la elijo a ella y no necesito otra cosa.



Y eso sin contar con otros factores, como crisis personales, hijos, embarazos no deseados, cambio de carácter, incluso machismo, hembrismo, o simplemente misoginia mal entendida. Esos comportamientos que, por desconocimiento, por falta de experiencia, por inmadurez emocional, o, simplemente, por no escarmentar, hacen que ocurra lo que no debería: que personas estupendas (hombres y mujeres) se conviertan en monstruos, en cabrones sin alma o divinas perdonavidas desencantados de la vida, cuya única satisfacción es hacer lo que se espera de ellos (a follar a follar, que el mundo se va a acabar), algo que, más allá de la supuesta satisfacción de hacer la muesca en el revólver, ni les llena ni les completa.

Un comportamiento que, por supuesto, casi siempre termina en dramas, vidas de telenovela, rupturas catastróficas o simplemente aburrimiento, cuernos, engaños consentidos o traiciones anunciadas.

Como aquella perla que me soltaron una vez: "Te quiero, pero no estoy enamorada". "Ah, pues te pasa como a mí, que fumo pero nunca llevo mechero". Aquello marcó el principio del fin de aquella relación, pero eso es otra historia.

Por la parte que me toca, que hagan todos los cálculos chorras sobre el número mínimo de relaciones necesarias para encontrar la estabilidad emocional. Pero también estaría bien que se empiece a enseñar lo que es tener madurez emocional, respeto por el otro género (cuidado, que jamás diré “sexo contrario”, o “fuerte”, o “débil”), disfrute pleno por el sexo sin actitudes melindrosas basadas en el “qué va a pensar de mí” u otros roles, comprensión por la vida de la otra persona, sus problemas y preocupaciones, o comunicación sin cortapisas, por poner algunos ejemplos.

Conste que todo lo expuesto en el párrafo anterior está genial, es importantísimo, pero sigue sin parecerme suficiente para saber si es amor o no. Creo que es lo mínimo necesario e imprescindible para reunir los requisitos. Pero para que haya AMOR, creo que debe haber algo más, algo tan mágico e inaccesible, algo tan incomprensible, como que dos personas no necesiten, sino que quieran estar en exclusiva la una con la otra (teniendo en cuenta lo antinatural de la fidelidad), y que todos esos inconvenientes que hemos mencionado más arriba se conviertan en detalles sin importancia.


Y esto no depende de 12, 3 ó 45 relaciones. Depende de la actitud de cada uno, de la disposición, del momento, del lugar, de las ganas, y de los cojones que se tengan para aceptar que hay amor (recordemos ese viejo dicho gaditano: los hombres tienen huevos, las mujeres cojones).

Esa es otra, media vida suspirando por encontrar a la persona perfecta, y cuando aparece suele poder más el miedo o la negación que la realidad. Y desgraciadamente, volvemos al inicio del bucle: ahora no puedo, no es buen momento, no sé, todo es tan complicado, "no quiero confundirte", mi vida es una mierda, seré un/a desgraciado/a siempre, me tendré que conformar con lo que aparezca... Y demás estupideces que se dicen para convertir nuestra vida en una telenovela. Dar científicamente un número mínimo de relaciones es añadir otra excusa más al conformismo de este proceso.
Pues no, me niego a que sea así, y ejerzo de mi propia negación. Como hombre debería agradecer las muestras, las atenciones, lo que me quieran dar, pero no me da la gana. No me conformo, no rebaño los restos de lo que dejan otros, no pago los platos rotos de otras relaciones, no me quedo con lo que me dejan, no me consuelo pensando que podría ser peor.

Yo elijo, yo decido. Lo demás vendrá solo.

PD: gracias a mi amigo Míster por el artículo

25 de septiembre de 2011

El siguiente nivel


Hay que ser muy idiota para valorar el cine de Guy Ritchie, primero por lo escaso, y luego por el efectismo de todo lo demás. Historias pequeñas, ridículas, reliadas, violencia gratuita, gángsteres despiadados y antihéroes vanidosos que se creen mejores de lo que son. Música troceada a voluntad, cortada y mezclada con un aire supuestamente tarantiniano, aunque no tenga nada que ver: Tarantino respeta las canciones, amolda la escena a la canción; Ritchie las edita dejando sólo la parte que le interesa, incluso repitiendo riffs o estribillos mientras dure la escena.


Bueno, a mí me da igual. Tuve que ver Rock N Rolla tres veces para que me gustara. Al contrario que con 'Snatch', esta película cada vez me gusta más. Teniendo en cuenta que la primera vez me gustó bastante poco (las condiciones en las que la vi influyen, por supuesto, sobre todo si no se ve, no se oye, y tienes una cabeza ocupando media pantalla) es una considerable mejora.



Por cierto, aunque los carteles promocionales ponen a Gerald "Leónidas" Butler como protagonista, de eso nada. De hecho lleva bastante poco el peso de la peli que, siendo bastante coral, se sostiene en gran medida por la sobriedad de la mitad de sus personajes, y por la capacidad de reírse de sí mismos de la otra mitad.


Primero los que se ríen de sí mismos. Qué grandes están Tom Wilkinson, Karel Roden, Thandie Newton (clon perfecto de Condoleezza Rice en W, de Stone) o Gerald Butler, qué poco en serio se tomaron su reputación de actores carismáticos y qué bien se lo debieron pasar en este rodaje.



Ahora los sorprendentemente serios. Desde luego, brillan con luz propia un fantástico Mark Strong en un papel perfecto para él (aunque ya cansa haciendo siempre de malo malísimo carismático), y el aspirante, el jodido yonki, un Toby Kebbel que para mí es el verdadero protagonista. Incluso la relación, o no relación que hay entre ellos, podría decirse que es el hilo argumental.


Pero claro, qué tendrá este Guy cuando rueda una versión de Sherlock Holmes basada en unos cómics que aún no se han editado (o yo aún no los he visto, de coña, eh?), protagonizada por el renacido Robert Downey Jr. y Jude Law (que, junto con Johhny Deep, son los tres guaperas de los últimos 20 años que nunca han ido de guaperas), cuando se sabe esto y la crítica se echa a temblar. Porque se sabe que será un éxito entre la juventud ya no tan joven que pasamos un poco del purismo del cine clásico, y es que Kevin Smith está en una edad muy complicada (vuelve, Silent Bob!!). De hecho, ya está grabada la segunda, a estrenar en unos meses, película que ni de coña me pierdo.


Hay que aplaudir que Guy Ritchie haga cosas distintas haciendo lo de siempre, y básicamente haga lo que le da la gana y sea comercialmente viable. 


Como su versión con el "toque Ritchie" del anuncio de Nike. Con un minuto más respecto al original multiplica por diez el mensaje y convierte al esforzado deportista protagonista que todos vimos sudar la camiseta hasta la extenuación, en otro de sus canallas. Ese es mi Guy!!


23 de septiembre de 2011

¿De qué me suena?

- ¿Has escuchado lo último de los Smashing Punkies?
- Pero tío, si suenan igual de Berg con un mal día
- Anda ya! Es un homenaje a la Velvet Underground actualizado al siglo XXI

Desesperado por estas conversaciones bizantinas, últimamente prefiero decir que sí a todo antes de meterme en una discusión en la que ni yo ni el otro se van a mover de su sitio. Para empezar he de decir que el que no me guste algo de la música que escucho no lo convierte en aborrecible. Afortunadamente hay tiempo para todo. Tiempo y momentos. No es lo mismo escuchar música trabajando que en el coche, o la música para una borrachera y la música de fondo para limpiar la casa. Cada momento tiene su música, y cada música tiene su sitio.

Por ejemplo, si has leído entradas anteriores sobre mis gustos musicales verás que los extremos no me van demasiado. Tampoco es que escuchara música clásica en el colegio, pero tampoco pensé que me gustarían Guns ‘N Roses. Y mira, tienen himnos que me siguen poniendo los pelos de punta 20 años después (lo siento Axl, por lo tuyo no entro).

La música también es alimento para el alma. Es el único proceso en el que se activan los dos hemisferios del cerebro (ya sabéis, el izquierdo es más racional y el derecho es más emocional). La música trasciende lo banal, lo puramente humano, para formar parte del universo más enorme y la vida más pequeña. Por eso no es de extrañar que desde Bach, por mencionar a un clásico, hasta Debussy, por mencionar a un contemporáneo, la música la consideraran matemáticas puras, la expresión de la perfección más inigualable (el Patricio de Ank-Morpok escucha música directamente leyendo las partituras; un intérprete vicia demasiado el sentido de las notas para su gusto).

Para los que nos consideramos melómanos de la música ligera, la trascendencia es bastante menor. Pero yo, personalmente, no puedo vivir sin música. Creo que no soy snob en ese sentido, no te voy a listar un compendio de grupos que nadie ha escuchado jamás, pero quizá sí te hable de grupos de una sola canción. Disponer de gustos eclécticos es lo que tiene, pero, eso sí, no puedo ni con el reggae ni con lo más duro del heavy. Básicamente, me gusta lo que me gusta, por muy pop, alternativo, moñas, comercial o punky que suene. Vale, puede que tenga debilidad por la música setentera, incluso la ochentena, pero es básicamente por el regusto rokanrolero que me deja.

Y es que hay un problema: lo que suena, ¿es auténtico o es una imitación? ¿Está todo ya inventado? La primera vez que yo recuerde sucedió cuando, escuchando “This velvet glove” de los Red Hot Chilli Peppers (una canción no muy conocida), me recordó totalmente al “Rosa de los vientos” de La Frontera. Comparen, comparen, y juzguen por ustedes mismos:



Allá en 1999 me pregunté: pero, ¿esto cómo puede ser? Pues puede ser y tanto. De todos son conocidas las posibles similitudes entre el “Viva la vida” de Coldplay y el “If I could fly” de Joe Satriani. Pero es que aún queda un candidato más a la dichosa melodía, los ínclitos Enanitos Verdes:


No son los únicos: Carlos Goñi de Revólver, se ha dedicado casi toda su carrera a fusilar literalmente canciones de Bruce Springsteen, y aquí paz y después gloria. Como no me gusta nada, les dejo la opción de comparar su "No va más" con el "Born to run" del Boss.


Aunque en el caso de Coldplay, parece que ya se toman a cachondeo eso de que les acusen de plagio, sobre todo desde que les produce Alan Parson, tanto que parece que están por encima del bien y del mal (personalmente no me parecen para tanto):


Ahora, a eso de usar melodías ajenas como propias, se le dice “cover” para justificar esos parecidos más que razonables. Bueno, la penúltima moda llamada “mashup” (el descaro más absoluto) consiste en fusionar canciones con similitudes para dar como resultado una canción nueva. La que más me gusta es la que se hizo con el “Wonderwall” de Oasis y el “Boulevard of broken dreams” de Green day, aliñado con “Writing to reach you” de Travis y el “Dream on” de Aerosmith en momentos puntuales. Me encanta….


Entonces, ¿en qué quedamos? ¿La música popular es tan simple que ha llegado a un punto de no retorno en el que se han explotado todas las posibilidades del método de los cuatro acordes y el estribillo, fundados con el blues de los años 20 y 30 del siglo XX?

Pues según demuestra el grupo cómico australiano, Axis of Awesome, parece que sí. Cuatro acordes para 40 canciones más que famosas y conocidas:


El grandísimo, enorme e inigualable Jimi Hendrix fue el primero que se dio cuenta de que, al igual que el capitalismo, el rock tenía límites, declarando: “Creo que he completado un círculo. Partiendo de un punto, he completado un círculo hasta comenzar nuevamente de cero, precisamente en el punto desde el que un día partiera. He cerrado un capítulo que se inició con los Beatles y ahora tengo que hacer algo nuevo”.
No se libra nadie!!
En mi opinión, creo que se llegó al límite hace mucho tiempo. Los acordes son finitos, las melodías también, y jóvenes de todos los tiempos han intentado revolucionar la música aporreando una guitarra o un piano con nulos conocimientos de armonía. Pero, eso sí, con una estética inconfundible. Alguno que otro entiende sus limitaciones y simplemente aporta letras más o menos ocurrentes, pero poco más, comparado con la revolución que supuso para el siglo XX la evolución de la música clásica (entendida como escrita sobre papel para una big band).

El paradigma de esto último es Bob Dylan (ya le gustaría a Sabina llegarle a la altura de los zapatos, aunque Calamaro puede que llegue a besar sus pies), el último trovador. Mal cantante, mal intérprete, regular compositor, que, sin embargo, puede presumir de una discografía de nada menos que 60 discos y una mitomanía sólo igualable a la de los Beatles o Elvis, con la diferencia de que él sigue en activo. Sin embargo, a pesar de sus carencias es uno de los compositores más versionados de la historia, quizá por su facilidad para crear armonías.

Termino poniendo un ejemplo. “All along the watchtower” es una de las canciones más famosas de Dylan, de la que Hendrix realizó una versión tan magnífica que el propio Dylan interpreta la versión en vez de la original (como hacen la mayoría de los que versionan esta canción). Os dejo con los tres ejemplos de cómo con el mismo material se pueden hacer cosas muy diferentes.

La original de Dylan, algo plana, no hubiera pasado a la historia por ser una de sus mejores canciones:


Cuentan que Hendrix, allá a mediados de los 60 cuando era músico acompañante, se negaba a cantar en un concierto por su timidez habitual. Antes de salir a tocar estuvo viendo en el backstage a Dylan con su banda The Band. Hendrix, que era un estudioso aplicado que practicaba las 24 horas del día y hasta se dormía abrazado a su guitarra, debió quedar tan horrorizado con la interpretación de su contemporáneo que salió al escenario sin dudarlo y cantó y tocó por primera vez ante público. Esta es la magnífica y celebérrima version de Jimi Hendrix, que sigue poniendo los pelos de punta cuarenta y pico años después:


Por último, la acojonante versión que el compositor Bear McCreary realizó para la también increíble serie Battlestar Galáctica, otra vuelta de tuerca (la única que me gusta y aporta algo nuevo hasta el momento) a la misma melodía, sin tener nada que ver con las anteriores: